Alejandra Pérez Espina (44) va a la Convención, como casi la mayoría de sus compañeros, todos los días. Fue también parte del intenso ciclo de conversaciones que desarrolló la Comisión de Sistema Político que se extendió entre el martes 22 y el lunes 28 hasta la medianoche. Pero hay un detalle: recién el viernes 25 de marzo, Alejandra Pérez, que integra la Coordinadora Plurinacional, terminó con la primera tanda de tres quimioterapias que la están ayudando a enfrentar un nuevo cáncer, que le fue diagnosticado a fines de 2021. Dice que no quiere dejar de ir al ex Congreso, porque para ella su trabajo como convencional «tiene que ver con estar al lado del otro». Y añade: «De sentarme al lado de alguien que quizá tiene mucho menos que yo o de alguien de la elite. Una dueña de casa como yo, sentada con un abogado o un doctor».
La figura de Alejandra Pérez se hizo conocida durante el estallido social de 2019, por manifestarse sin polera. En el pecho llevaba las frases «sipo apruebo» o «por mí y por todas mis compañeras» escritas sobre las cicatrices de la doble mastectomía a la que fue sometida después de un anterior tratamiento contra el cáncer, en 2016.
Su campaña se sostuvo en las redes sociales, en los puerta a puerta y en entregar boletines con su foto en el distrito 9 que abarca Cerro Navia, Conchalí, Huechuraba, Independencia, Lo Prado, Quinta Normal, Recoleta, Renca. Su tema «es la calle», dice, pero el proceso constituyente la obligó a salir del asfalto, a pesar de que aún discrepa del Acuerdo por la Paz, que fue firmado el 15 de noviembre de 2019 y que permitió la creación de la CC: «No me podía permitir no estar y seguir en mi casa tirando mierda. Esto ya estaba y teníamos que asumir».
«Creo que todos tenemos que estar: el mecánico, el veterinario, el técnico dental, el abogado y el doctor, porque son miradas diversas. Pensé ‘tengo que estar’, porque tengo sentido común, tengo vivencias, tengo carencias también y tenía que traerlas a este espacio».
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Todos los días, a las 7:30 de la mañana, Pérez tiene que tomarse tres pastillas para la quimioterapia y cada 28 días debe pincharse otro medicamento. En el ex Congreso se la ha visto más cansada de lo habitual y, si bien a ratos necesita ayuda y atención, agradece que ninguno de sus colegas la mire con lástima: «Me dolería mucho», dice.
-¿Cómo ha sido sobrellevar la enfermedad más la carga laboral?
«Es como levantarme todos los días con pala (ríe). Estoy cansada, muy cansada. El cuerpo está cansado. Tengo la nariz hecha tira, se me reventó la boca, estoy en una montaña rusa. Hay ratos de mucha energía y de repente se me acaba toda y me quedo dormida en el pasto un rato».
Alejandra Pérez tiene un tono amable. Hablar con ella es como conversar con alguien que uno conoce desde hace mucho. Le gusta almorzar en los patios del ex Congreso y también tener reuniones en el aire libre, sentada en el pasto, mientras el trabajo lo permita. Sentada en el pasto fue que, a fines de diciembre del 2021, recibió el correo con los resultados de los exámenes que monitorean el cáncer.
Leyó el informe y comenzó a llorar en los brazos de sus asesoras: «Se me vino el mundo abajo. No sabía a dónde salir corriendo». Entonces llamó al actual vicepresidente Gaspar Domínguez (INN): «Necesito que me ayudes, que veas algo», le dijo. Domínguez le confirmó que el diagnóstico hablaba de cáncer. A puertas cerradas, Pérez lloró. Después su doctor le diría que tiene tumores en la cadera y que habría que quitar un pedazo del hueso. No preguntó nada sobre prótesis ni tratamiento posterior: «No quise saber».
«Por esos convencionales que no vienen siento vergüenza. Vergüenza de que los hayan elegido para hablar una vez en el Pleno y de que no estén conscientes de cómo se tiene que llevar el trabajo».
Ahora sí sabe que tendrá que pasar por un proceso largo: electrocardiograma y exámenes de sangre cada mes, para ver que tanto afectó esta etapa de quimioterapia en sus defensas. Asegura que no quiere pensar mucho: «Me cagaría la onda». Se someterá a una cirugía para sacar el cáncer y posiblemente tendrá que pasar por otros tres ciclos de quimioterapia tras la operación.
En este momento, su principal prioridad en la CC es que se garanticen los derechos que provocaron el estallido social del 18 de octubre del 2019: salud, educación, pensiones y el agua como bien de uso público.

-¿Has tenido ganas de dejar de ser convencional?
«No (y sonríe)».
-¿Al momento de recibir el diagnóstico cambiaron tus prioridades respecto al proceso constituyente?
«No. Lo que pasa es que uno logra tener empatía con un todo… Pasa que decidí entrar a este proceso con mucho miedo».
-¿Miedo a qué?
«Tenía miedo al prejuicio, ése que decía que si no eres abogado para qué vas a estar aquí. Yo participaba en la olla común, en la ayuda a los vecinos, en marchas y cosas así, y con posturas súper claras. Es brutal llegar a este espacio siendo independiente, una NN. Te buscaron por la prensa y te vieron marchar en pelotas, echándole mierda al gobierno y a los pacos, a quien fuera, y llegas a un espacio con la elite. Pero creo que todos tenemos que estar: el mecánico, el veterinario, el técnico dental, el abogado y el doctor, porque son miradas diversas. Pensé ‘tengo que estar’, porque tengo sentido común, tengo vivencias, tengo carencias también y tenía que traerlas a este espacio».
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La mamá de Alejandra Pérez también tuvo cáncer, pero pasó la enfermedad en Holanda, que es donde ella vivía y donde falleció en 2014: «Tengo tíos que fueron presos políticos y se fueron exiliados. La familia se desintegró en el 70 y algo». La convencional se quedó en Chile con su abuelo. Tras la muerte de su madre pensó en hacerse un examen genético y con eso tener la posibilidad de realizar mastectomía preventiva: «Pero el examen genético aún es caro. En ese momento no tenía ni uno. Esperé un año para ahorrar… Antes del año me diagnosticaron».
-¿Por qué no te fuiste con tu mamá a Holanda?
«Mi mamá era mamá soltera. Vivíamos con mi abuelo y a él jamás le gustó Holanda. Él era como mi papá. Mi mamá, que era muy política, se fue a Holanda a buscar un mejor pasar, para mandarnos plata».
«Yo creo en el proceso, porque creo que es el comienzo. Creo que Chile necesita una oportunidad. No quiero quitarle los privilegios a nadie. Yo quiero que los que no tienen nada tengan un poco».
-¿Cuándo te enteraste de que ella tenía cáncer?
«En el 2012. Se hizo las quimios, un tratamiento muy distinto al de acá. Yo iba a viajar, pero no pude por problemas familiares. Mi mamá salió bien y al año siguiente vino por 15 días. Se devolvió a Holanda, se hizo exámenes y apareció que el cáncer estaba con metástasis ósea y en el hígado. Eso fue a fines de noviembre. Yo viaje en diciembre, para la Navidad, justo para la Navidad. Mi mamá falleció el 17 de enero».
-¿Cuál es la diferencia de tratamientos entre el tuyo y del de ella?
«Es abismante. De partida, a mi mamá no había que comprarle nada. Los remedios se los llevaban a la casa, iba la doctora a la casa. Cuando se enfermó la última vez no sentía dolor, pero igual le pusieron un catéter en la espalda para la morfina. Cuando yo estaba allá, llegaron la enfermera y la doctora a ofrecerme todo, hasta que alguien fuera a cocinar todos los días. Me preguntaban si necesitaba que me lavaran ropa, si iban a hacer el aseo o si solo se encargaban de mi mamá. Si mi mamá se sentía mal llamábamos al hospital y te decían: ‘en 15 minutos tienes que estar acá y te va a recibir el doctor'».
-Tu mamá en un momento le pidió a Dios. ¿Tú has tenido alguna experiencia así, de pedirle a alguien más?
«Yo le pido a todo, hasta a las plantas (se ríe). ¿Sabes qué? Yo creo que el ser humano es súper extraño, porque necesitamos siempre creer en algo. Puede que yo crea en el sonido del agua. Pero hay quienes que creen en orar. Otros que creen en la Tierra. Otros me dan una planta. Y yo creo que cuando todas esas energías se juntan van al bien, a la sanación. No sé si va a resultar, no tengo idea. Pero una vez dije: ‘lo que uno haga o deje de hacer cuando está enfermo está todo permitido. Todo'».
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Alejandra Pérez dice que la gente la reconoce en la calle y que le hablan. Muchas personas le comparten sus testimonios. Cuenta que ha escuchado cosas «brutales». Ella cree que tiene un lado afable que hace que la gente, de izquierda y de derecha, se le acerque: «En este momento los enfermos somos miles. En mi caso, yo puedo dejar este espacio y voy a volver a mi casa. Pero hay gente que no se puede dar el lujo de estar con quimio y con licencia. Yo podría hacerlo sin ningún problema, pero no es justo. Además, me gusta venir, no se vive igual una votación desde la casa. La conversación, el trato, la negociación y los diferentes puntos de vista. El día a día no me lo pierdo».
-¿Qué te genera ver a convencionales trabajando constantemente sólo desde su casa?
«Me da rabia, porque esa es la política en que yo no creo. Por esos convencionales que no vienen siento vergüenza. Vergüenza de que los hayan elegido para hablar una vez en el Pleno y de que no estén conscientes de cómo se tiene que llevar el trabajo. Cuando no eres capaz de estar, creo que la representación deja de ser. De esos convencionales hay dos. No sé qué motivos tendrán, no tengo idea, pero creo que la responsabilidad número uno es estar acá. Tanto que hablan del trabajo, de la plata de los chilenos. ¿Y el sueldo a fin de mes por qué? ¿Por apretar el botón y votar? Vergüenza nomás».
«En este momento los enfermos somos miles. En mi caso, yo puedo dejar este espacio y voy a volver a mi casa. Pero hay gente que no se puede dar el lujo de estar con quimio y con licencia. Yo podría hacerlo sin ningún problema, pero no es justo».
Dice que su familia nunca pensó que lograría los 17.939 votos que la llevaron a la Convención. Pero ella se tomó la campaña como un segundo trabajo. Salía de su casa todos los días y decía: «voy a hacer campaña». Aunque junto a su familia reside en Maipú desde hace 15 años, su vida está en Quinta Normal. Allí están sus amigos y familiares, y es ahí donde pasa las celebraciones y los fines de semana. Por eso, agrega, postuló por el D9: «Nací en Quinta Normal. Tengo la casa de mis abuelos ahí, casa que está a mi cargo pero es de 35 metros cuadrados. Era indigno vivir ahí. Por eso buscamos en Maipú».
Está casada con Andrés y es madre de Javiera (24), Cristóbal (20) y Florencia (14). También tiene una nieta. Aurora tiene 2 años y 8 meses y sobre ser abuela dice: «Es bacán… cuando me enfermé la primera vez nunca pensé que iba a llegar a ver a un nieto. Después de una enfermedad así, cualquier integrante de la familia -y toda la familia -quedan pa’la cagá. Entonces que llegara esta lucecita fue bacán».
Revela que este segundo diagnóstico de cáncer -enfermedad que había quedado limitada a sus cicatrices en el pecho hasta que entró en la CC- la hizo tomar una nueva perspectiva sobre el trabajo: aun cuando parezca contra intuitivo, la enfermedad la convenció aún más de estar presente en este proceso constituyente.
-¿Por convicción política?
«Por todo. Porque yo creo en el proceso, porque creo que es el comienzo. Creo que Chile necesita una oportunidad. No quiero quitarle los privilegios a nadie. Yo quiero que los que no tienen nada tengan un poco».
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“Yo no quiero refundar Chile. Esto lo he dicho varias veces», afirma Pérez. Agrega que si la CC no llegara a funcionar ella seguirá siendo dueña de casa: «Y me voy a sacar la ropa cuantas veces sea necesario y voy a salir a marchar cuantas veces sea necesario, porque creo que eso es lo mínimo para los ciudadanos o personas que habitamos el territorio nacional”.
-¿Cuál es el momento más difícil del día?
«Todo hasta las cinco de la tarde. Ahí revivo y se me pasa el dolor de hueso, pero igual me cuesta levantarme y sentarme».
-¿Cómo ha vivido este proceso de quimioterapia?
«En los dos procesos, éste y el anterior, traté de hacer mis cosas. Soy súper resiliente y súper power. No me ando quejando ni nada, pero la primera vez dejé de ser autovalente. No me podía limpiar sola, porque me habían sacado las dos pechugas, tenía los dos brazos inútiles. Me tenían que bañar, que cocinar, pero aun así siempre me vieron con ganas y creo que eso influye mucho en lo familiar. Esta vez también, creo que a lo mejor hay días en que ni siquiera se acuerdan de que estoy con quimio».
-¿De dónde nacen esas ganas?
«De amar la vida nomás».
-¿Qué te gusta de la vida?
«Todo. Me gustan las plantas, me gustan los pájaros, me gusta el agua, me gusta la tierra, me gusta el sol, me gusta el cielo. Me gusta todo. Pero también le tengo mucho miedo a la muerte. Como que no logro imaginar si hay algo después. No sé si voy a seguir viendo a mis hijos, a mi nieta. Son preguntas súper cuáticas y nadie tiene la capacidad de responderte». Δ