Por Alfredo Sepúlveda (*)
La idea de que «hay más de un Chile» es atractiva y con buena retórica. En muchos niveles de análisis es cierta: existe el Chile de la pobreza y el de la riqueza, el del norte y el del sur, el marítimo y el montañés, el de hombres y el de mujeres, el originario y el occidentalizado. Pero de lo que estamos hablando en la Propuesta es del «pueblo soberano»; o sea, la comunidad política que ejerce el poder.
El concepto general de «los pueblos», en plural, me parece, viene del trabajo del profesor Gabriel Salazar, que identifica, en los inicios de la República, a «los pueblos»; es decir, las diferentes zonas urbanas existentes a inicios del siglo XIX, que se opusieron a los esfuerzos centralizadores de Santiago, siendo derrotados por el ejército golpista de Diego Portales y sus amigos en 1830.
Hay una buena dosis de verdad en esta aseveración, pero no me parece que de ahí se concluya que estamos en la misma situación en 2022. Más allá y más acá del juicio moral que nos merezcan los eventos del pasado, ellos cambian el futuro y no creo que se pueda trasladar automáticamente a nuestra realidad actual la idea de «muchos pueblos» que es, creo, de donde viene el Preámbulo, que sostiene que «el pueblo de Chile (está) conformado por diversas naciones». No estoy de acuerdo con él.
Me parece que se hace una interpretación. Es válida, pero es una entre muchas de las interpretaciones de la historia del país. Y, como es «una entre muchas», se debió haber dejado de lado.
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Antes de explicar por qué estoy en desacuerdo, hay que saber que el concepto de «pueblo» y el de «nación» son dinámicos. Hoy es estándar suponer que la soberanía recae en «el pueblo». Al menos ha sido así en la tradición chilena desde 1810, y era la gran pelea entre los ilustrados del siglo XVIII y el rey.
Básicamente, el pueblo es un grupo humano y como concepto resiste definiciones unívocas. Desde el «pueblo elegido» del Antiguo Testamento, que debía guardar la ley de Dios para honrar la distinción, al «pueblo unido jamás será vencido», que equivale a la clase obrera chilena de 1970, pasando por «el pueblo de Francia», lo que es igual a la burguesía francesa que se levantó contra el rey en 1789, y por «We the people», los terratenientes coloniales de Estados Unidos, que se levantaron contra su rey en 1776.
El dinamismo de la palabra, en Chile, ha sido inclusivo. Los sectores marginados de la sociedad han ido ganando entrada en el concepto de «pueblo soberano» en un camino demasiado largo (de 200 años). Pero que no se puede negar que ha existido. Y no hay que confundirse aquí con lo de «pueblo versus elite»: el pueblo como categoría coloquial, para referirse a quienes no son elite. Estoy hablando del sentido político de la palabra «pueblo» en Chile: elite + pobres, o sea todos. Creo que, salvo para los inmigrantes recientes, no resulta loco apuntar que «pueblo», hoy, es bastante inclusivo.
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Con respecto a «nación», el tema es más complejo y sujeto a interpretaciones. Pero, si me apuran, y mirando la historia de Chile como un todo, sostengo que prevalece una «nación» chilena; es decir, un conjunto social aglutinado por idioma, costumbres, instituciones y relato histórico; conformado sobre una amplia base histórica mestiza, a la que se unen, en más o menos armonía y volumen, pueblos originarios, inmigración europea, palestina, judía, asiática, africana, caribeña… etcétera.
Me parece que la existencia de cualquier «nación» originaria, junto a la chilena, es una argumentación válida desde el punto de vista de lenguaje, costumbres e instituciones. Mi problema es que no estoy de acuerdo con que esa existencia se dé al margen de la «nación chilena»: es una relación difícil pero no imposible, fronteriza, mixta, en la que unos y otros se influencian mutuamente ahí donde se encuentran.
Qué decir si a esto le aplicamos investigación genética. Resultaría, probablemente, que una amplia mayoría de los actuales chilenos tiene al menos un antepasado mapuche o de otro pueblo originario. Resulta que todos (la gran mayoría) somos originarios y, por tanto, la plurinacionalidad, entendida en su sentido abstracto, se da una vuelta en círculo y vuelve a la nación chilena.
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«La pérdida de las características culturales en los procesos de contacto es una realidad. Pero también lo es que todo grupo humano que vive uno junto al otro, incluso en conflicto, termina perdiendo algo propio y ganando algo del otro, en una rueda que no termina nunca».
Sucede que, en julio de 2022, el «pueblo chileno» no tiene barreras de entrada, y que la «nación originaria», en la práctica, entra y sale del concepto de pueblo chileno a voluntad. A veces ocupando lugares especiales, a veces occidentalizándose por completo, a veces reivindicando la cultura originaria como centro de su identidad personal.
No ignoro aquí los problemas de pobreza y discriminación. Existen, sostengo. Empero que ellos ya no son un «deber», sino algo a desterrar, y esto es transversal en la sociedad. Hace muchos años que la idea de la «asimilación forzada» (o «integración») no existe. O existe en los márgenes de la locura y el fascismo.
Incluso si sostenemos la idea liberal, e incluso la neoliberal, una democracia así, por definición, debe permitir que si alguien quiere vivir su cultura la viva, sin que se le diga que tiene que vivir de otra manera. La pérdida de las características culturales en los procesos de contacto es una realidad. Pero también lo es que todo grupo humano que vive uno junto al otro, incluso en conflicto, termina perdiendo algo propio y ganando algo del otro, en una rueda que no termina nunca.
En resumen, estoy en contra del Preámbulo por innecesario. El «pueblo de Chile», en su sentido político, no necesariamente social, es lo suficientemente inclusivo como para acoger –y esto ha ocurrido, y sería absurdo negarlo– a todos y todas, sin distinción de ninguna especie.
Esta distinción que se hace en el Preámbulo, por más bien intencionada que esté, es sobre la que se construye buena parte de las cosas con las que estoy en desacuerdo en esta Propuesta de Nueva Constitución. Me parece (al menos a mí me parece) que es errada: el «pueblo de Chile» no está constituido por diversas «naciones», sino por personas diversas que vienen de culturas diversas. Δ
(*) Alfredo Sepúlveda Cereceda es Licenciado en Comunicación Social por la Universidad de Chile y Máster en Periodismo por la Universidad de Columbia en Nueva York. Es autor de libros sobre historia de Chile y profesor de Historia del Periodismo en la Universidad Diego Portales. Entre sus libros figuran «Bernardo, una biografía de Bernardo O’Higgins», «La Unidad Popular, los mil días de Salvador Allende y la vía chilena al socialismo» y «Breve historia de Chile, de la última glaciación a la última revolución».