A pesar de que la vida de la abogada Bárbara Sepúlveda Hales (37), como la de sus compañeros convencionales, entró en un remolino de estrés, exposición pública y trabajo extenuante entre el 4 de julio del 2021 y el 4 de julio de 2022, su voz nunca sonó cansada a través del Zoom o en los Plenos del hemiciclo. Es más, ni su apariencia ni sus discursos dieron muestra alguna de fatiga en todo el año que duró la Constituyente. Ni siquiera cuando el debate y la votación -y eso pasó muchas veces- se extendió hasta la madrugada. Pero eso ya no está, se fue.
Hace un mes que la institución llamada a escribir una nueva Propuesta de Constitución para Chile se disolvió de pleno derecho, después de entregar un texto al presidente Gabriel Boric, el mismo texto que los chilenos votaremos en las urnas el 4 de septiembre próximo. Bastó ese hito, que incluyó ceremonia y despedida oficiales, para que la presión acumulada se manifestara en enfermedad. Justo cuando Sepúlveda, representante del distrito electoral 9, se disponía a hacer campaña territorial en favor del apruebo se contagió de Covid.
Durante ese tiempo fuera de combate, se dio cuenta -afirma- de la batalla que se libraba en los medios de comunicación entre los defensores de una y otra postura. Para ella es una lucha entre las mentiras y las verdades que se han desprendido del texto constitucional, que escribieron ella y sus 153 compañeros de ruta en la CC.
Aun en fase de recuperación, al otro lado de la línea, dice: «Para mí esto no ha terminado. Creo que recién el 4 de septiembre podré cerrar mentalmente esta etapa». La campaña para promover el texto y su aprobación -explica- es un cometido diario. Sobre todo a partir de ahora, en que ya se juegan los descuentos de cara al plebiscito de salida.
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Cuando Bárbara Sepúlveda llegó a la Convención con un pañuelo verde alrededor de la muñeca -el sello de su compromiso feminista- estaba lejos de ser un rostro desconocido. Militante del Partido Comunista e integrante del colectivo Chile Digno, labró un espacio de reconocimiento y futuro político durante sus 12 meses en el ex Congreso. A su llegada, de todos modos, la acompañaba ya una cierta aura de saber hacer, herencia de la familia materna: los Hales.
Aunque ellos hicieron -y siguen haciendo- su aporte al colectivo chileno desde Santiago, no es su caso: Bárbara Sepúlveda Hales se considera una ciudadana del norte. «Nací en Santiago, pero cuando con mi hermana melliza teníamos menos de diez días ya estábamos de vuelta en Arica. Siempre recuerdo que mis compañeros me molestaban, porque en mi carnet no decía Arica. Me decían: ‘oh, no erís ariqueña de verdad’, y siempre me dolió. Yo soy una ariqueña de verdad. Cuando vine a Santiago a estudiar recuerdo en la universidad los chistes racistas y xenofóbicos. Fue la primera vez que escuché en tono de burla o de mofa: ‘Eres más peruana que chilena'».
Especialista en derecho constitucional, magíster en derecho público y máster en género por la London School of Economics and Political Science, proviene de una familia de inmigrantes jordanos avecindados en Chile. Su abuelo, Alejandro Hales Jamarne, fue un político y diplomático de la DC, que encabezó ministerios en tres gobiernos y se desempeñó como defensor de familiares de detenidos desaparecidos durante la dictadura militar. Uno de sus tíos maternos, Patricio Hales Dib, fue diputado por el PPD y una figura que tensionó las relaciones familiares cuando, en 2019, recibió siete denuncias por conductas impropias y abuso sexual.
Entre la diversidad de la familia Hales es posible encontrar a políticos insignes, pero también a esotéricos. Su abuela, Adela Dib de Hales, fundó en Chile un movimiento que sigue las enseñanzas del maestro místico ruso George Gurdjieff, quien buscó transmitir las enseñanzas del llamado «cuarto camino» en el mundo occidental. El abogado Jaime Hales Dib, otro de sus tíos maternos, se formó en disciplinas holísticas y es tarólogo y maestro de tarólogos. Ha publicado más de 30 libros, entre poesía y ensayos. Uno de esos libros, que trata sobre los arcanos mayores del Tarot, llegó a las manos de su sobrina, pero ella no le prestó demasiada atención. El mundo del esoterismo -dice- no es lo suyo.
«Yo soy una ariqueña de verdad. Cuando vine a Santiago a estudiar recuerdo en la universidad los chistes racistas y xenofóbicos. Fue la primera vez que escuche en tono de burla o de mofa: ‘Eres más peruana que chilena'».
-¿Cuáles fueron tus influencias políticas?
“Crecí con un papá de derecha y con una mamá de la Concertación. En mi casa siempre se habló de política, porque había diferencias de opinión radicales. Mi abuelo murió cuando yo tenía 16, pero reconozco que fue una gran influencia en mi vida. Lo admiraba mucho, y lo sigo admirando. Hablaba de justicia en un sentido histórico que me llamaba mucho la atención, me gustaba mucho escucharlo. Me decía: ‘Algún día, cuando tú seas grande, todo se va a saber. Todo lo que hicieron estos tipos. Todo lo que mataron, destruyeron, torturaron. Todo lo que se robaron. Todo se sabe en la vida. Por eso siempre hay que ser honestos, por eso siempre hay que actuar con la verdad. Porque estos tipos van a caer, van a caer’. Me lo decía en los años 90″.
-En tu familia hay mucha influencia del esoterismo, ¿te interesó en algún momento?
«Mi tío Jaime me leyó un par de veces la borra del café, aunque nunca me leí el Tarot con él. Por un momento creí en esas cosas, pero nunca me convencí realmente. Soy profundamente atea. Nunca tuve esa convicción que tiene él con el esoterismo. Yo en realidad nunca he participado, pero sé que mi abuela era una gran referente en Chile. Me acuerdo de que iba a su casa y siempre había muchas personas que la iban a ver y que se encerraban mucho tiempo con ella para conversar. Yo le preguntaba: ‘¿A qué vino ella? ¿Quién es?’. Y ella me decía: ‘Vino a conversar por Gurdjieff. Ella está pasando por un problema’.
Le consultaban a mi abuela, como si fuera una gran gurú, de algo que yo nunca viví realmente. Pero sé que mucha gente pertenece a esos grupos espirituales. Yo no. Nunca he tenido esa inquietud por cosas esotéricas, pero en mi familia está muy presente. Mi abuela me hablaba de que había conversado con mi abuelo, que estaba muerto, y yo decía: ‘Chuta, me muero de miedo si me pasa eso a mí’. Pero para ella era todo muy normal. Es una familia que tiene cosas especiales, eso lo tengo que reconocer. Es bien entretenido. Tiene mucha mezcla de culturas y de creencias».
Sobre las denuncias contra su tío Patricio Hales: «Siempre tuve una postura y no me avergüenza decirlo. Siempre les creí a las víctimas, a todas las mujeres que dijeron algo. Por más problemas que eso haya traído»
-¿Cómo viviste la denuncia por abuso sexual contra tu tío Patricio Hales?
«Yo le creí a Elisa (García-Huidobro), quien denunció la primera vez. Siempre les creí a las víctimas y eso generó tensión en la familia, no solo para mí. Personalmente, no tengo una relación con Patricio desde 2004-2005, mucho antes de que eso se supiera. Tomé la decisión de no tener relación con él desde mucho antes, y por otras razones. Cuando esto se supo remeció a toda la familia, pero personalmente siempre tuve una postura y no me avergüenza decirlo. Siempre les creí a las víctimas, a todas las mujeres que dijeron algo, por más problemas que eso haya traído».
-¿Por qué decidiste inicialmente cortar tu contacto con Patricio Hales?
«Tuvimos diferencias políticas, cuando estaba en la universidad, que después se trasladaron a diferencias personales».
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Bárbara Sepúlveda llegó al ex Congreso con dos especializaciones: derecho público y género. Son ámbitos que combinó y cultivó como una de las primeras abogadas feministas reconocidas en Chile. Fue directora y vocera de la Asociación de Abogadas Feministas (Abofem), el primer grupo de abogadas que prestan asesorías con enfoque de género en el país. El derecho, el género y la política forman parte de su ADN público.
-¿Siempre quisiste ser parte de la política?
«No. Entré a estudiar derecho como cualquier otro joven inocente que quiere justicia. Empecé súper chica en la cuestión de la representación estudiantil. Estuve en dos federaciones de estudiantes secundarios de la Región de Arica y fui presidenta del centro de estudiantes. Mis compañeros de la federación me molestaban. Me decían ‘la bolchevique’ (se ríe). En ese tiempo conocí a Vlado Mirosevic, que fue presidente de la federación conmigo como vicepresidenta. Me acuerdo de que hablábamos de la paralización de universidades por el pase escolar. Pero, en mi colegio, a nadie le importaba porque nadie se iba en micro. Me sentí parte de un movimiento que trascendía mi realidad burbuja y eso fue muy motivante. Me resonaban en la cabeza conversaciones con mi abuelo, que peleó por los derechos humanos con una fiereza reconocida hasta el día de hoy por todos los sectores».
-Y en ese camino, ¿cómo te cruzaste con el género?
«Mi profesor en ese tiempo nombró por ahí los estudios de género, y a mí se me paró una antenita. Me puse a investigar sola en la biblioteca. Me pasaba horas leyendo a autoras sobre el género en derecho. Luego tuve de referente un curso de género en derecho que hizo Lorena Fríes. Ese referente me permitió pensar el derecho desde otra perspectiva, y cuando ya tenía militancia empezamos a desarrollar esos temas también. Me acuerdo de que organicé las primeras marchas al Tribunal Constitucional sobre la píldora del día después y que llegó mucha gente. Quería ser parte de eso y contribuir.
Sepúlveda explica que la Universidad Alberto Hurtado la dejó hacer un curso de estudio de teoría del derecho junto a otras profesionales. Agrega que, para 2018, «ya era evidente» que se necesitaba una articulación de abogadas feministas y que el Colegio de Abogados no ayudaba en nada «Al mismo tiempo que las facultades de Derecho estaban tomadas por mujeres furiosas contra el acoso sexual, el Colegio de Abogados mandaba correos sobre el sistema crediticio en Australia, era así de desconectado. Yo estoy colegiada, pero ese espacio no nos servía. No había una representación real y no vamos a poder lograr lo que queremos si no hacemos este espacio aparte. Así nació Abofem».
-Buscas el mundo de la academia, pero la política ha estado siempre en tu vida. ¿Cuál inquietud es más fuerte?
«A los 8 o 9 años, mi madrina me decía: ‘Algún día vas a ser presidenta de Chile y me vas a llevar en silla de ruedas a votar’. Siempre tuve ese perfil de peleadora, de presidenta de curso, era la que organizaba, la pequeña líder. Nunca me he podido quedar quieta, pero siempre he soñado con la quietud, no sé cómo explicarlo. La vida académica para mí es de ensueño. He leído a tantas mujeres que me han inspirado, tengo sus libros, las he escuchado en clases, y esa inspiración pocas veces la he sentido con personas en política. Me encantaría alguna vez ser un aporte académico y que aprendan de mí lo que yo aprendí.
Mis estudiantes de la Alberto Hurtado tienen 70% de gratuidad. Son niños y niñas que no han tenido ni de cerca las oportunidades que yo tuve. No me interesa reproducir una élite ideologizada con un montón de conocimiento, para que lo siga reproduciendo la misma élite. Me parece absurdo y egoísta, y por eso me hace tan feliz hacer clases. No soy de las personas que miran en menos la política, pero nunca he sentido esa vocación, ese llamado».
«No me interesa reproducir una élite ideologizada con un montón de conocimiento, para que lo siga reproduciendo la misma élite. Me parece absurdo y egoísta, y por eso me hace tan feliz hacer clases. No soy de las personas que miran en menos la política, pero nunca he sentido esa vocación, ese llamado».
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-¿Descartas un futuro en la política?
«Es que también soy una militante y eso es parte también de mi ADN. Difícilmente digo que no cuando mi partido o colectivo o mi coalición me necesita para algo».
-Después del plebiscito, ¿cómo ves tu futuro político?
«No lo he pensado, pero tengo recuerdos fuertes de lo que significó hacer una campaña electoral. No sé si me gustaría volver a hacer algo así. Nunca ha sido una aspiración en mi vida tener una carrera política. Siempre he querido tener una carrera académica y hacia allá estaba construyendo mi profesión».
-Entonces, ¿por qué decidiste ser convencional constituyente?
«No es que haya buscado estar en esta situación, siempre lo consideré como algo excepcional. No pienso en si tengo un futuro o no en política, porque sigo en esta vorágine. Esto no se detuvo, entonces es difícil hoy proyectarse».
-¿Por qué fue tan difícil hacer campaña?
«Mi campaña fue muy territorial. Conversé con gente que está desilusionada de la política. Tuve que contarles quién soy, pedir que me apoyaran y que votaran por mí, pero me costó mucho superar ese pudor y eso de ver mi cara en un volante también es fuerte. Creo que a quienes son políticos de muchos años les da lo mismo, pero para mí fue una novedad».
-Igual te convertiste en un personaje importante -e incluso famoso- en la CC. ¿Cómo calificas ese rol articulador?
«Que me digan famosa suena muy extraño, me da mucha risa, como de vergüenza. Vivo mi vida como siempre y a veces me cae la teja. Creo que no se entiende muy bien desde afuera lo que es estar inmersa en la CC. Me despertaba pensando en eso, soñaba con eso, dormía con eso. No he tenido tiempo de verdad de reflexionar sobre mí. Sobre cómo lo hice, sobre si estuve bien, si pude haberlo hecho mejor, en qué fallé, qué logré o que aprendí. Cuando me hacen entrevistas del proceso me doy cuenta, porque lo verbalizo. Pero no he tenido tiempo para verlo. ¡He visto que hay constituyentes que están sacando libros! y me pregunto cómo lo hacen, en qué momento. Me parece increíble. Esa gente no duerme, o no vivió lo mismo que yo, o simplemente son máquinas. Son sobrehumanos con habilidad increíble de sentarse y escribir libros como si fuera nada».

-¿Cómo fue tu relación en el resto de Chile Digno, en especial con Marcos Barraza?
«Con Marcos (Barraza) no nos conocíamos tanto. Habíamos compartido en algunos espacios dentro del partido, pero cuando salimos electos nos acercamos mucho. De ser compañeros pasamos a ser amigos. Nos dimos cuenta de que funcionamos muy bien. Nos complementamos bien, ya que el liderazgo de Marcos se vio fortalecido por mis conocimientos en derecho constitucional y mi capacidad de articulación con las compañeras feministas. Hay un círculo ahí donde los compañeros varones, por muy aliados que sean, difícilmente ingresan. Con Valentina Miranda y con Carolina (Videla) también fue muy grato».
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-¿Tuviste momentos positivos en la CC o te quedaste con un sentimiento amargo?
«Lo que más me gustó fue la colectiva feminista, por lejos. En el feminismo hay debates constantemente, pero en un ambiente respetuoso, constructivo, donde podíamos conversar y ese espacio no se dio en ninguna otra parte. Ningún otro espacio de la Convención fue tan amplio y con tan buenos resultados. Toda la agenda que impulsamos la pudimos consagrar, a diferencia de lo que pueden decir otros grupos políticos».
-¿Y qué fue lo negativo?
«Lo peor fue ver varias prácticas machistas, incluso en los sectores aliados, incluso en políticos varones jóvenes. Siempre es decepcionante, a pesar de que una sabe que los espacios son así. Siempre noté un comportamiento de cofradía masculina. Era bien burdo y agotador. Muchas veces pasó con una idea, que era de una mujer pero que luego repetía un hombre e inmediatamente la idea era del hombre. Como de manual mansplaining (*). Eso lo comentamos por interno. Era tanto que, en una negociación, conversamos con unas compañeras y llegamos al acuerdo de citarnos solo entre nosotras y ellos se incomodaron. Pero ya estábamos cansadas, y creo que cualquiera coincidiría con eso. No solo mujeres de izquierda, sino que de derecha igual.
Ser invisibilizadas o denostadas. Me molestaba, porque conozco el trabajo de muchas constituyentes académicas que son tremendos aportes, que son referentes, pero que no tienen estas tremendas personalidades ni la pachorra masculina o que hablaban más bajo. Jamás escuché que alguien dijera: ‘la profesora Álvez’ (por la abogada Amaya Álvez) o ‘la profesora Loncón’ (por la académica Elisa Loncon). Muy pocas veces a las mujeres se les reconocía su rol de expertas, a pesar de que lo eran, y a veces incluso más que los hombres. Hubo harto comportamiento de manada. Grupos de hombres en el patio de la Convención, dándose golpes en la espalda y refiriéndose entre ellos como ‘jefe’, ‘líder’, ‘profesor’. Todos esos apelativos de jerarquía masculina. Y un par de convencionales se pasaron, se fueron a otro nivel de falta de reconocimiento. Derechamente eran los machistas de la Convención».
-¿Quiénes eran?
«Ahora, como están las cosas, prefiero no decirlo pero lo desclasifico después del plebiscito. Quizá lo cuente todo. Pero esto no era sólo una conversación con nosotras por detrás. Les tuvimos que decir. Algunos se burlaban y otros pedían disculpas».
«Hubo harto comportamiento de manada. Grupos de hombres en el patio de la Convención, dándose golpes en la espalda y refiriéndose entre ellos como ‘jefe’, ‘líder’, ‘profesor’. Todos esos apelativos de jerarquía masculina. Y un par de convencionales se pasaron, se fueron a otro nivel de falta de reconocimiento».
-¿Cómo fue tu relación con los convencionales de derecha en cuanto a las denostaciones y la desinformación?
«No me relacioné con todos. Me tocó convivir con Raúl Celis (RN) en la Mesa Directiva y teníamos conversaciones más fluidas y frecuentes. También compartí con Hernán Larraín (Evópoli) y fue con quien tuve más diferencias de opinión, aunque muy respetuosamente. Hay una derecha que es más tradicional y que es menos confrontacional. Con la ultraderecha no me relacioné. Era gente muy agresiva, muy virulenta, que no estaba en la CC con ánimo de aportar. Creo que una vez se me acercó Teresa Marinovic (PR) a un par de metros, para decir que le había gustado un discurso que yo había hecho, a pesar de que no coincidía con nada de lo que ella pensaba. Me preguntó si era abogada y después se fue. Ese fue nuestro máximo intercambio.
Me gustaba conversar con aquellos que tenían experiencia en política, como Cristián Monckeberg (RN) y Celis, porque comentaban cómo se vivía la política o las experiencias que habían tenido, y también es entretenido escucharles su visión. Siempre hay un aprendizaje. Con Constanza Hube (UDI) teníamos muchas coincidencias de experiencias, pero no de pensamiento. Muchas veces supe y me di cuenta de cuándo ella sufría también de este machismo y lo conversábamos, era evidente. El machismo traspasa fronteras, incluso la frontera entre la UDI y el PC».

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-¿Qué sensación que te dejaron las normas que quedaron en la Propuesta?
«Ningún constituyente puede decir que la Propuesta refleja 100% lo que piensa, lo que quería o lo que ambicionaba. Hay cosas que a mí me gustaría que estuvieran y que no están. Por ejemplo, una regulación más fuerte a los partidos políticos, para tener más transparencia, más probidad, paridad, partidos programáticos. Lo que quería un sector de los independientes es que los partidos fueran lo mismo que una organización social, pero no son ni deben ser lo mismo en una democracia.
Para mí, el apruebo significa dotar a Chile de una nueva caja de herramientas para la democracia, para no seguir repitiendo la misma receta que nos ha llevado a fallar en la legitimidad de la institucionalidad política, en la provisión de los derechos sociales, en darles bienestar a las grandes mayorías. Creo que esta nueva caja de herramientas significa más democracia. Es la posibilidad de que la gente pueda hacerse partícipe. Hoy, la gente dice que no quiere ir a votar porque da lo mismo si voto, que al otro día tiene que trabajar igual. Esa frase es súper triste, pero es super real, porque representa el sistema político. Es culpa de un diseño institucional donde no son posibles los cambios».
«Hay cosas que a mí me gustaría que estuvieran y que no están. Por ejemplo, una regulación más fuerte a los partidos políticos, para tener más transparencia, más probidad, paridad, partidos programáticos«.
-¿Cómo ve las cosas si gana el rechazo?
«Lo que hay que reformar, en caso que gane el rechazo, es la Constitución de 1980 y va más allá de un quórum. No es sólo alcanzar un quórum en el procedimiento legislativo, sino que es sortear un montón de obstáculos. Hay un diseño institucional que haría muy difícil lo que ellos dicen que creen que pueden hacer y lo saben, porque han administrado este modelo por muchos años. Me produce una decepción muy grande ver cómo hay un grupo de políticos que saben perfectamente lo que esta Constitución significa y aun así quieren reanimarla. Eso habla de una elite mezquina, porque esto no es para ellos. Acá podemos partir desde otro plano, partir con un estado social democrático de derecho, podemos partir con derechos sociales garantizados. Eso es algo que ellos desdeñan, y no creo que tengan la voluntad política para hacer las transformaciones que de verdad se requieren en este país». Δ
* N.de la R. Mansplaining es un neologismo anglófono que une las palabra man (hombre) y explaining (explicar). Define la práctica que busca deslegitimar las habilidades de una mujer a través del discurso.