Por Claudio Foncea Navarro (*)
«A ustedes les ha sido encomendado escribir una nueva Constitución. Quienes así lo han ordenado son ciudadanos que han contemplado cómo las instituciones se han ido degradando a un punto insostenible donde el narco, la delincuencia y la corrupción pública, así como las colusiones y los abusos de los privados, han ganado incluso los espacios reservados para su control.
Este fenómeno no es tan solo nacional, sino que cada vez parece extenderse más por otras latitudes.
¿Qué es lo que debe asegurar una Constitución hoy día escrita?
Debe asegurar las condiciones que permitan la evolución permanente de esta sociedad.
«El mundo solo cambiará cuando nosotros evolucionemos y hablo claramente en términos de niveles de conciencia».
Con ello quiero decir que nuestra Constitución aún vigente, así como las de aquellos países que miramos como modelos, todas ellas, han omitido establecer las condiciones para asegurar el libre acceso y la participación activa de espíritus libres y competentes, que busquen aportar cambios necesarios en la sociedad así como en determinadas etapas futuras. Tal como lo estableció Thomas Jefferson en la constitución norteamericana, escrita en 1787, una constitución tiene que estar abierta a cambios futuros.
Las sociedades modernas están cada vez más controladas por poderes económicos o ideológicos que de alguna forma logran silenciar a tales espíritus. El resultado es la ya conocida degradación de las sociedades. Se hace indispensable estar conscientes de este juego y poder así lograr a través de cláusulas claras liberar las trabas aún vigentes.
Veamos algunos ejemplos de lo quiero decir.
En la película «Official Secrets» (Secretos de Estado, 2019) muestran un caso real donde una mujer de nombre Katherine Gunn toma conciencia de que Estados Unidos y Gran Bretaña van a declarar una guerra ilegal contra Irak, basados en mentiras y, a pesar de estar trabajando como traductora para una oficina de inteligencia de Gran Bretaña, lo hace público. El Estado de su país la acosa intentando deportar a su marido que es extranjero, la sigue por todos lados durante un año, hasta que finalmente y por una coincidencia de hechos casi inesperados la liberan.
Hay una escena que en particular llama la atención. Al inicio del juicio formal el juez le pregunta: ¿se declara culpable o inocente? Ella sabe que si se declara culpable las penas se reducen y, sin embargo, se declara inocente. Es absurdo, pero es así. Frente a una autoridad que vela por la justicia habría que mentir contradiciendo la frase de Albert Camus que dice: “La Libertad es el Derecho a No Mentir”. Tenemos y funcionamos con un Estado que no es ético y, si alguien lo cuestiona, lo condenan apoyándose en leyes que así lo justifican y permiten.
Con este ejemplo no pretendo cambiar el mundo, ya que el mundo solo cambiará cuando nosotros evolucionemos y hablo claramente en términos de niveles de conciencia.
Sin embargo, habrá en la nueva Constitución la necesidad de ponerle un límite a esta actitud vigente en los Estados.
Otro ejemplo es Julian Assange. He leído el libro que paradojalmente bajo su título dice que es una autobiografía no autorizada. En mi opinión todo lo que allí se dice es cierto, pero para defenderse de acusaciones adicionales el propio Assange coloca ese subtítulo. En él se muestra cómo diarios de primer nivel en los Estados Unidos, Alemania y Gran Bretaña recibieron las noticias, entregadas previa selección por Assange y las acogieron y publicaron para después, al ser presionados por sus respectivos Estados. Silenciaron a Assange, quien quedó a merced del mismo tipo de justicia mencionado en el caso de la guerra con Irak.
Una sociedad requiere de una Constitución que esté en una ruta evolutiva y permanente, lo que solo puede lograrse cuando existan accesos liberados para los aportes de ciudadanos que tengan miradas más amplias y elevadas, es decir mayores niveles de conciencia.
Enormemente agradecido por el trabajo y la dedicación entregados por ustedes a este nuevo proyecto, les deseo el mejor de los éxitos». Δ

(*) Claudio Foncea Navarro tiene 85 años. Es ingeniero geotécnico con estudios en la Universidad de Harvard y ya está retirado. No está en ninguna red social, no pertenece a ningún partido político y él mismo advierte: «No se confundan, tengo un primo de mismo nombre, así que, si me buscan, búsquenme también con mi segundo apellido».