Yo sé que Dios existe. Lo sé muy bien. Sé que él ES, tanto como que sé que yo SOY. Somos. Uno, Universo, Unidad. Uno, parte de un Todo y ese Todo mismo. Somos juntos y somos a la vez. Lo sé. Aunque se me olvide, aunque no parezca, aunque demasiadas veces no se note que sí sé que yo lo sé.
¿Y cómo sé?
Fue una tarde soleada, allá por el año 2005. Yo debía completar una serie de reikis que iban a rescatarme de un mísero estado emocional a causa del amor y googleé. Apareció entre unos pocos links el nombre de Nelda. Quedamos de juntarnos en su casa de Ñuñoa.
Le expliqué a Nelda lo que me llevaba por ahí y pasamos a su sala. Echada en la camilla, ilusionada, nerviosa, mística, poseída por el don de la espiritualidad, me costó entender su estilo. Ese reiki, si los reikis eran contemplativos, no tenía nada de contemplativo. Mientras pasaba las palmas por encima de mi cuerpo, Nelda hablaba. Y contaba de su vida, de su pasado, de sus cosas. Envuelta en el sonido de su voz, medio dormida, bien decepcionada, me dejé llevar. ¿Qué más podía hacer?
Nelda me enchufó. Y yo sentí la posesión de la energía que sale de una dínamo. Una línea sutil, hecha de colores que palpitan, empezó a recorrer la línea de mi espina dorsal.
Pasó casi una hora, probablemente más, y muy cerca del final, cuando ya había tirado mi sesión de reiki por el excusado mental, algo sucedió.
Ella deslizo una mano por sobre mi cabeza y la otra por encima de mi pubis. Sentí entonces como si me hubiesen enchufado. Nelda me enchufó. Y yo sentí la posesión de la energía que sale de una dínamo. Una línea sutil, hecha de colores que palpitan, empezó a recorrer la línea de mi espina dorsal y sobre ella rotaban unos círculos. Supe de inmediato que esos círculos eran aquello que llaman chakras.
Mientras toda esa magia sucedía dentro de mí, pero sobre mí, pero debajo de mí, empecé a oír, muy adentro, más allá del cráneo, pero dentro del cráneo, desde un lugar ignoto, el zumbido. Era un zumbido denso, oscuro, el sonido del Uno, la vibración de la madre Tierra.
El Uno vibra y lo hace profundamente. La vibración del Uno es divina y es superior, es dulce, muy dulce.
El Uno vibra y lo hace profundamente. La vibración del Uno es divina y es superior, es dulce, muy dulce. También es única y es inexplicable, es irrepetible, no se puede imitar. Tal vez lo que más se le parece en este mundo y que yo conozca es la tensión que sientes cuando pones los dedos en los cables y te da muy fuerte la corriente. Pero eso es odioso y esto es amoroso: el Uno es infinitamente amoroso, el Uno es puro Amor.
Nunca más he vuelto a sentir algo así. No sé si volveré a sentirlo otra vez. Tampoco sé por qué fue que me pasó. Pero sí sé que experimenté al Todo en un estremecimiento intenso, sedoso, irresistible y superior, que se ancló dentro de mi espalda, pero más allá de mi espalda, mientras el Uno vibraba y yo con Él.
No existe una sensación mejor que ésa y no es posible desear que se acabe, aunque cuando eres un pajarito perdido en las catacumbas de tu humanidad sí lo deseas, porque supera tu capacidad. Te asusta hasta los tuétanos.
Tampoco había miedo, ni duda, ni problema, ni nada que no fuera perfecto. Ni antes ni ahora ni después, porque no hay antes ni después. La vida era -y es- perfecta.
Si aquello que es tan desconocido e imposible, tan extraordinario e indescriptible, no es haber entrado al paraíso por un momento eterno, yo no sé qué pueda serlo. Lo recuerdo como el momento sublime de mi vida. No existe otro (por ahora). Es el único en el que el dolor del mundo y de la gente, mi propio dolor físico y espiritual, todo dolor que exista, dejó de existir.
Tampoco había miedo, ni duda, ni problema, ni nada que no fuera perfecto. Ni antes ni ahora ni después, porque no hay antes ni después. La vida era -y es- perfecta, cada pieza era -y es- perfecta. Y todo está bien, todo tiene sentido, todo es un principio y todo es un final. Y todo ese Todo, que estaba ahí, en mí, pero fuera de mí, pero dentro de mí, y con Nelda y con todos, en ese momento y para siempre, del mismo modo que está, con todo y con todos, conmigo y con Nelda, en este momento y para siempre, es el Uno, es Dios, soy yo. Uno es Dios, Nelda es Dios, yo soy Dios. Uno, hoy, aquí y para siempre. Namasté. Δ