La Convención Constitucional tiene un problema de comunicaciones. O es lo que se dice. ¿Será así?
Antes de seguir, una aclaración en aras de la transparencia: fui por casi tres años jefa de comunicaciones corporativas de una empresa pública del Estado, Televisión Nacional de Chile (TVN), que estaba sumida en una honda crisis. Fue en ese canal donde aprendí la frase. Una vez fuera descubrí que en los equipos de los canales de la competencia se decía igual: la culpa -siempre- es de Comunicaciones. ¿Lo es? Sí, pero no, porque el problema no es unívoco sino sistémico. La culpa es del sistema y la respuesta, multifactorial.
Guardando las diferencias, es muy probable que esta CC de 2022 se parezca mucho a ese TVN de 2018. Aquello era como arriar un piño de gatos: enderezabas uno y, en ese mismo momento, se escapaban dos. Cada día se debía navegar entre la pulsión de personeros internos que querían mucha prensa externa, los embates de la misma prensa externa que quería sangre, la presión de La Moneda en torno al director ejecutivo y el real propósito de las Comunicaciones, que era procurar una coherencia entre las necesidades de la empresa y su realidad, sin dejar que la carrocería saliera más rayada de lo que ya estaba. Era como hacer asado con un par de huesos.
«La Convención es hija del conflicto. Nació desde un conflicto, el más grande que los chilenos hemos tenido posdictadura: entre los 154 convencionales hay tal diversidad que es imposible soñar siquiera con que una sola moción vaya a zanjarse sin disensos enormes».
De nuevo, guardando las diferencias y siendo una observadora externa que mira -y admira- el proceso convencional, tiendo a creer que hay similitudes y -tal vez- lecciones.
Lo primero es considerar que la Convención es hija del conflicto. Nació desde un conflicto, el más grande que los chilenos hemos tenido posdictadura: entre los 154 convencionales hay tal diversidad que es imposible soñar siquiera con que una sola moción vaya a zanjarse sin disensos enormes. Esperar otra cosa es creer en Alicia y el conejo.
Yuval Harari nos enseñó que, en tanto simios, somos copuchentos e infinitamente peleadores. Soportamos ordenados, si es que vamos a estar juntos, un número menor a 150. Descartando a Rodrigo Rojas Vade, los convencionales superan el tope en cinco. No hay cómo evitar los choques de ego y las disputas, por muy buena voluntad que tengan.
«Comunicar estratégicamente, y más aún en organizaciones críticas, no es hacer sesiones de Instagram Live o posteos de Twitter. Eso ayuda, claro. Pero eso no es comunicar».
Hablando de ego, las Comunicaciones son parecidas al fútbol. Con la selección chilena en la cancha, cada una y cada uno es entrenador y de los buenos: sabe exactamente lo que hay que hacer. Hablando de ego, es probable que cada convencional, después de saber que existe un problema de Comunicaciones, crea saber qué es lo que hay que hacer. Solo una idea: comunicar estratégicamente, y más aún en organizaciones críticas, no es hacer sesiones de Instagram Live o posteos de Twitter. Eso ayuda, claro. Pero eso no es comunicar.
Comunicar en y para una institución es tener una estrategia y respetarla (o, digamos, hacerla respetar). Para eso los personeros que desean ser conocidos y reconocidos deben concordar, aceptar y trabajar en equipo. Digamos que es un asunto de confianza: hay que confiar. No solo en las personas que llevan adelante el diseño estratégico, porque sin diseño y sin estrategia no hay cómo, sino también en tus interlocutores externos.
Ahí está, entonces, otro de los conflictos de la Comunicación: los interlocutores. Al menos en TVN era el pan de cada día: necesitar a los periodistas, pero un poco despreciar a los periodistas. Quererlos para que transportaran tu mensaje (hoy se dice contenido), pero desearlos un poquito lejos, no fuera a ser que te mancharan un poquito. Se los acusaba de ignorantes, pero no se estaba dispuesto a educarlos. Se les organizaban rondas de prensa para darles información, pero con cuentagotas.
«Para que funcione una Comunicación como la que la CC necesita, se requiere de un acuerdo entre partes. Una parte -la CC- necesita de la otra -la Prensa- para que ayude en la tarea titánica de dar a conocer al gran stakeholder -la Ciudadanía- cómo se avanza y lo que se hace».
Para que funcione una Comunicación como la que la CC necesita, se requiere de un acuerdo entre partes. Una parte -la CC- necesita de la otra -la Prensa- para que ayude en la tarea titánica de dar a conocer al gran stakeholder -la Ciudadanía- cómo se avanza y lo que se hace (que es mucho, incluso demasiado).
Para eso hay que conocer a quien se tiene al frente, y entregarle lo necesario. Como se dice ahora, darle valor. El punto es que lo necesario es subjetivo y una mezcla: lo que yo quiero decirte y lo que tú necesitas que te diga. Ponderando se previene de lo que hablan cierta quejas: que los medios solo se ocupan de lo irrelevante o de muy pocas cosas o sólo de lo escandaloso.
Es un asunto de confianza, de conocimiento y de estrategia. De humildad también: comunicar tiene su ciencia y su paciencia. La tarea de un gabinete de Comunicaciones no es evitar los roces, ni lograr que se sepa todo o solo lo que tú quieres que se sepa. La tarea de un gabinete de Comunicaciones es tener -ojalá- visión de conjunto y establecer una red lo más ancha y servicial posible con los interlocutores. También debe velar para que las grandes líneas corporativas, aquellas en las que navega el prestigio de la Corporación, estén resguardas y a salvo. Para eso, por cierto, la Corporación debe definir esas líneas y abrazarlas con rigor y pasión.
«Esperar, como tantos esperan, que los convencionales sean consistentes (¿consistentes con qué?) y no se peleen entre ellos, que se digan sólo frases inteligentes o que se camine en línea recta no tiene sentido».
¿Es mucho pedir? Quizá sí.
La Convención es una entidad única en su especie. Se construye cada día, y lo hace sobre temores y sueños, inserta en un ecosistema muy transparente, como de Truman Show. La Convención es un crisol. En ella está el Chile de siempre, ése que no desea un solo cambio, ¿para qué? Y en ella están por primera vez sentados de igual a igual los pueblos originarios. Y también un Chile que jamás había llegado tan adentro en las estructuras de poder: ese Chile pulsará cada día para que reivindicaciones de la calle entren a los salones.
Esperar, como tantos esperan, que los convencionales sean consistentes (¿consistentes con qué?) y no se peleen entre ellos, que se digan sólo frases inteligentes o que se camine en línea recta no tiene sentido. La Convención tiene una tarea enorme, que es sacar adelante un texto constitucional mejor que el que tenemos y procurar que en ese camino de zigzag su stakeholder esté lo mejor informado posible. Para eso hay que ser honesto y dejarle claro a la audiencia que ni en la propia Convención todos los que están saben todo de todo. Y, por cierto, huir de la dulce tentación de creer que la culpa es solo de Comunicaciones. Δ