El 9 de noviembre de 1989, un funcionario del Partido Socialista Unificado de Alemania llamado Günter Schabowski, muerto en Berlín en 2015, cometió uno de los errores más grandes de la historia europea reciente. En una conferencia de prensa internacional, en vivo y en directo, sin dudarlo, anunció que todas las leyes para viajar desde la República Democrática Alemana (RDA) al extranjero habían sido derogadas con efecto inmediato. Bastó para que miles de ciudadanos de la llamada Alemania Oriental, que ya esperaban el anuncio, partieran hacia el Muro de Berlín, donde la guardia no pudo hacer más que abrir las barreras que permitían el acceso a la zona occidental. Simbólicamente y de modo material también, ese día -hace 32 años- la pared divisoria de hasta 3,60 metros de altura, que las autoridades comunistas habían construido en la noche que pasó entre el 12 y el 13 de agosto de 1961, se desplomó.

No es casualidad, entonces, que la sede local de la Fundación Konrad Adenauer haya elegido esa misma fecha, el 9 de noviembre, para hacer el gesto en torno a un gran dolor de la era comunista. Ayer inauguró -32 años después- en Santiago de Chile una exposición que habla de una de las instituciones más nefastas de la RDA: la Stasi.
La exposición, bautizada como «Nos llamaban enemigos», estará abierta hasta el 22 de febrero de 2022 en el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos (Matucana 501, Santiago). Como explica el representante para Chile de la KAS, Andreas Klein, el propósito es hacer un aporte con el alma puesta en el nunca más: «Contribuir a recordar lo que fue y lo que representó este pérfido aparato represivo».
Llamada en realidad Ministerio para la Seguridad del Estado (Ministerium für Staatssicherheit), la Stasi fue era el órgano de inteligencia de la RDA.
«Nos llamaban enemigos» es una exhibición itinerante y debió atrasarse a causa de la pandemia. Comienza su tour latinoamericano en Chile. Es organizada por el Archivo Federal de Alemania (Bundesarchiv) y, según explicaron a través de un video dos de sus responsables, el material seleccionado forma parte de los miles de documentos que quedaron abandonados tras el fin de la Stasi. Reportajes periodísticos muestran cómo toneladas de documentos envueltos papel kraft, algunos casi deshechos, han sido reconstruidos, igual que en un juego de rompecabezas, pieza a pieza, para ejercicio de la memoria histórica del mundo.
Llamada en realidad Ministerio para la Seguridad del Estado (Ministerium für Staatssicherheit), la Stasi era el órgano de inteligencia de la RDA: se dedicaba a espiar. Era un arma que el Estado de ese país uso durante 40 años para aterrorizar, reprimir, vigilar y torturar personas con un solo fin: asegurar el poder para el partido a cargo, el PC. Creada el 8 de febrero de 1950, tenía su sede central en un enorme y frío edificio de arquitectura racionalista situado en Berlín Oriental.
Una de las características de la muestra «Nos llamaban enemigos» es que recrea una oficina típica de esa sede central, que fue instalada en un barrio llamado Lichtenberg, donde está también el Tierpark Berlín, el zoológico más grande de la ciudad. Llaman especial atención las cortinas, usadas simbólicamente en la muestra como el velo que oculta una realidad demasiado oscura, y que fotografías históricas de la Stasi verdadera exhiben casi como un calco.
«Contribuir a recordar lo que fue y lo que representó este pérfido aparato represivo». Andreas Klein (KAS)
En el temido Ministerio para la Seguridad del Estado llegaron a trabajar unas 100.000 personas. Otras 91.000 operaron como informadores no oficiales y se dedicaban a vigilaban a sus propios familiares, y a los amigos, y a los compañeros de trabajo, y a los vecinos. Cualquiera era susceptible de espionaje, incluidos los exiliados chilenos en la RDA, a quienes «Nos llamaban enemigos» también dedica un espacio.

Se podría pedir de esta exhibición un par de gotas más de realismo. Como, por ejemplo, que los macizos teléfonos de botón o de disco que los agentes usaban para interceptar llamadas fueran de los reales, de esos que se fabricaban con baquelita. Cualquier visitante de 20 años o menos, personas que probablemente no saben más que de celulares, podría quedar hondamente impactad@ con solo ver alguno de esos aparatos. Puestos en el contexto de la vigilancia ilegal para fines estatales resultan derechamente siniestros.
Pero, en realidad, esos son apenas detalles. Lo que importa es el contenido, el ejercicio, el darse cuenta, el saber. Cuando Orwell escribió «1984», la Stasi -catalogada como uno de los aparatos represivos más eficientes de la historia- aún no existía. Pero su imaginación alimentada por la Guerra Fría funcionó de modo perfecto a la luz de aquello que los archivos de la Stasi, otro producto de esa misma Guerra Fría, nos legaron. Como en «1984», se ven papeles escritos a máquina, secretismo, confesiones mentirosas, vigilancia, terror y coerción. Es un retrato que nos transporta tan cerca, aquí mismo, al Chile de los años 70 y 80 del siglo XX. Es nada que quisiéramos, por nada de este mundo, volver a vivir. Que se queden donde están, en el museo, para que de vez en cuando podamos visitarlos y no olvidar. Δ