Por Valentina Hoyos Sánchez (*)
Clic, clac, clic. Así suenan las cruces de madera del “Cementerio de los Apestados” y el de Pampa Unión, cada vez que son azotadas por el viento. La tierra y el polvo rodean las tumbas. La erosión del desierto ha borrado la mayoría de los epitafios. El lugar es una mescolanza de ropa, tierra y huesos. Las flores de trapo o de papel son un típico cariño nortino, pero predomina el descuido: hay tumbas abiertas, lápidas rotas, nichos rodeados de basura. Los enterrados son personas olvidadas en el desierto, el recuerdo de los 5.000 pampinos que vivieron en Pampa Unión.
Alex Sánchez (30), fotógrafo nacido en la región de la Araucanía, fue quien alertó sobre el estado de los camposantos el año 2020. Sánchez vive en Antofagasta desde hace 8 años, y también recorrió Chacabuco, Francisco Puelma y Gatico: “Me llamó la atención que varios de estos lugares son monumentos nacionales, y están abandonados. Creo que los profanadores no tienen ningún respeto por los pampinos”.
“Me llamó la atención que varios de estos lugares son monumentos nacionales, y están abandonados. Creo que los profanadores no tienen ningún respeto por los pampinos”. Álex Sánchez, fotógrafo
A mediados de 2021, una publicación en Facebook también denunció profanaciones en las tumbas del cementerio de Gatico. En este caso, uno de los mausoleos del lugar fue destruido y un cuerpo dejado en el suelo. Según la Brigada Investigadora de Delitos Contra el Medio Ambiente y Patrimonio Cultural (Bidema), ese camposanto no es monumento nacional, aunque el pueblo sí lo es desde 1981. De ahí que esta profanación no esté en su jurisdicción, pues esa institución solo se encarga de delitos que tengan que ver con monumentos.
Según Alberto Díaz (48), profesor de historia y geografía de la Universidad de Tarapacá, los robos a las salitreras comenzaron a mediados del siglo XX, después de que la crisis mundial de 1929 golpeara a Chile y a la actividad en torno al salitre. Ese suceso, junto con la invención del salitre sintético, provocó que, cerca de 1950, los pampinos comenzaran a irse de las oficinas para recorrer el desierto en busca de trabajo.
«Después de que las salitreras privadas se vaciaran y sus dueños vendieran la maquinaria y las estructuras, algunas personas comenzaron a saquear lo que quedaba”.
“Muchos obreros se empezaron a mover a oficinas estatales, como Victoria, Pedro de Valdivia o Humberstone. Después de que las salitreras privadas se vaciaran y sus dueños vendieran la maquinaria y las estructuras, algunas personas comenzaron a saquear lo que quedaba”, explica Díaz. El saqueo a los cementerios partió después. Antes robaron objetos en las oficinas o los basurales: “Mucha gente que tenía recursos era enterrada con ropa fina, objetos de oro, relojes o sombreros”, dice el profesor.
Pablo Artaza, decano del departamento de historia de la Universidad de Chile y especialista en Historia Social de Chile Contemporáneo, explica que los saqueadores iban detrás de aros, anillos y tapaduras de oro de los muertos: “Hubo mafias que se dedicaban al robo de salitreras. Además, conozco de joyerías en Iquique que se especializan en el procesamiento de oro de las tapaduras”.
“La experiencia que tiene la PDI en este tipo de investigaciones es que se sacan cosas para venderlas en el mercado informal, como ferias libres o itinerantes”, dice Emilio Aguirre (46), subprefecto y jefe de la Bidema, quien añade: “El tráfico de piezas arqueológicas o históricas es un negocio muy lucrativo. Genera mucho dinero”. Agrega que quienes roban suelen ser personas de la tercera edad, pues conocen las zonas.
El detective dice que las denuncias de daño en los pueblos salitreros y sus cementerios no son comunes: “No tenemos denuncias particulares de profanaciones en los cementerios, pero sí tenemos de daños en monumentos nacionales”. Aguirre está haciendo una tesis sobre el tráfico de objetos históricos. Explica que, si bien no hay denuncias, todavía existe el robo en los cementerios y oficinas salitreras.
«Conozco de joyerías en Iquique que se especializan en el procesamiento de oro de las tapaduras”.
No hay claridad, sin embargo, en torno a que haya saqueo en los cementerios salitreros, a pesar de que sí haya tráfico de los objetos que han sido robados. Pablo Artaza sostiene que lo que sucede son episodios de vandalismo, no de saqueo: “Las veces que he ido a terreno a las salitreras de Tarapacá he visto una desaparición de cuerpos. Hay algunos a los que le falta la calavera o miembros. Pero viéndolo me daba la impresión de que ya no había objetos de valor”.
Artaza cree que existe una curiosidad morbosa y que es crea las dinámicas de vandalismo, pues muchas veces hay latas de cervezas en las tumbas: “Lo de hacer carretes o destruir cementerios es un fenómeno a nivel mundial”.
Sí hay claridad en torno al abandono que sufre la mayoría de los camposantos pampinos. Según Erika Ríos (23), antropóloga de la Universidad de Concepción y especialista en antropología de la muerte, el descuido de los cementerios es producto de la relación occidental que se tiene con la defunción: “La sociedad chilena está poco conectada con la muerte, no se habla de ella. La vemos de una manera muy dolorosa, entonces ir a un cementerio es recordar ese dolor. Puede que por eso algunos terminen abandonados”.

Muchos cementerios son monumentos nacionales e incluso son históricos. Es decir, “bienes muebles e inmuebles como ruinas, construcciones y objetos -entre otros- de propiedad fiscal, municipal o particular, que por su valor histórico o artístico o por su antigüedad deben ser conservados (…)”, según la Categoría de Monumentos Históricos de la página web del Consejo de Monumentos Nacionales de Chile. Solo pueden ser declarados así por un decreto del Ministerio de Educación.
Es el caso del cementerio de Pampa Unión, que está considerado bajo esta categoría desde 1990, según indica el decreto N°716, firmado por el entonces Subsecretario de Educación, Raúl Allard. Además, está protegido por la Ley 17.288, de Monumentos Nacionales y Normas Relacionadas. Esa misma ley contempla la protección y la conservación de estos lugares a través del Consejo de Monumentos Nacionales de Chile, pero hay quienes la consideran anacrónica.
“La legislación es de hace casi 100 años, no es de esta época. Por ejemplo, no contempla sitios de memoria. Es una ley pensada desde una élite que construye cultura para una diferente nación; o sea, contempla un contexto que ya no existe”, dice Sol Costabal (28), experta en patrimonio. Costabal agrega: “Por ejemplo, antes un gran arquitecto consideraba que tal edificio tenía que ser considerado monumento, porque era un aporte para las artes. Hoy, el patrimonio se activa desde las comunidades. Entonces, vemos cómo la ley no responde a colectividades que no tenía consideradas en su origen, como los salitreros”.
“La legislación es de hace casi 100 años, no es de esta época. Por ejemplo, no contempla sitios de memoria. Es una ley pensada desde una élite que construye cultura para una diferente nación; o sea, contempla un contexto que ya no existe”.
Esto también explica por qué hay cementerios pampinos que no son considerados monumentos nacionales, a pesar de su valor histórico y patrimonial. “El Cementerio de los Apestados” y el de Gatico son un ejemplo. “Al profanar o saquear los sitios se altera una parte de la historia constructiva, de la memoria colectiva”, dice Alberto Díaz, profesor de historia y geografía de la Universidad de Tarapacá. Cree que, además de depender del Estado para preservar estos lugares, los ciudadanos deben tener una “pedagogía del patrimonio”. O sea, comprometerse a respetar estos sitios de recuerdo.
Sol Costabal explica la importancia de conservar el patrimonio, que entrega un sentido de identidad y pertenencia a través del tiempo. Una conexión con los antepasados: “Nos permite entender y respetar la diversidad. Heredar los patrimonios, incluso los que ya no están activos, es importante. Nos da un sentido de culturalidad, hasta se vuelve necesario para construirte como persona, comunidad y grupo”.

En el caso de los camposantos salitreros, mantener el patrimonio es aún más importante, explica Costabal, porque el Estado y la sociedad están en deuda con estas comunidades: “Al profanar este tipo de patrimonios materiales, estás cortando el espacio donde las personas acceden a la memoria de sus familiares. No solo estás pasando sobre un objeto, sino sobre un recuerdo. En el caso de las comunidades salitreras, están los hijos o los nietos. En el fondo, están profanando a sus abuelos o a sus padres”.
Teresa Arévalo (75), presidenta de la Junta de Vecinos Población Salitreras Unidas de Antofagasta, es una de las pocas personas que quedan vivas de las postrimerías de esa época. Sus proyectos para mantener vivo el recuerdo han sido excursiones a oficinas salitreras y desarrollar una plaza pampina y un museo que quedó sin terminar debido a problemas con el terreno.
“Uno vive con esa nostalgia, con ese amor que pasó por sus papás o abuelos. Yo lo tengo tan grabado, esa imagen de la pampa. Vivimos del pasado, de esos sueños”, dice Arévalo, quien en su niñez recorrió el norte con su familia durante 8 años. Su padre era salitrero en los años 50 del siglo XX, cuando la crisis del oro blanco ya estaba instalada. El sueldo y el trabajo eran escasos. Aun así recuerda el tren y cada oficina con cariño.
Hasta ahora, la respuesta de las autoridades no ha sido muy concreta. El Cementerio de los Apestados y el de Pampa Unión, que pertenecen a la jurisdicción de la municipalidad de Sierra Gorda, no están conservados. Varios nichos de Pampa Unión han sido abiertos. “En 2016 hicimos una presentación legal contra una autopista que iba a atravesar Pampa Unión para proteger su patrimonio. Al final, la carretera la rodeó”, dice el concejal Wladimir Fernández (58). Agrega que planean rescatar Caracoles, Chacabuco, Francisco Puelma y el tren de Baquedano, aunque por ahora no hay iniciativas concretas.
En el caso del Consejo de Monumentos Nacionales de Chile, encargado de mantener y preservar lugares como Pampa Unión, los trabajadores de sus oficinas no pueden dar entrevistas. Solo su página web es fuente de información. El ex director del Patrimonio Cultural, William Romero, dijo en 2020 en una nota con El Mercurio de Antofagasta que se harán esfuerzos para preservar estos lugares. Δ
(*) Este trabajo fue realizado como parte del Taller de Periodismo Escrito de la
Facultad de Comunicaciones de la Universidad Católica